Lo
increíble de un vino es que es único, no hay dos vinos idénticos. El ADN de un
vino se representa en un viñedo, en sus uvas, la variedad, el día de la vendimia,
las condiciones climatológicas para llegar a ella y la persona que lo elabora.…
Todos estos factores expresan el ‘terroir’, la identidad y el ADN de un vino.
No hay
dos vinos iguales, no hay vinos mejores ni peores. Cada vino expresa el mimo
con que se trató en el campo y en la bodega. El consumidor será el que defina
cuál es el que más le gusta. Las bodegas elaboran vinos que les representen en
un sector que esté atraído por su estilo. ¿Qué magia tendría el vino si todos fueran
iguales?
Podemos
elaborar vino con la misma uva en zonas distintas o con uvas distintas en la
misma zona. Todo esto marcará el ADN de un vino, pero seremos los consumidores
los que elegiremos si nos gusta un estilo determinado u otro.
El
‘terroir’ marca el ADN de un vino. Se refiere a las características del lugar
donde se planta la vid, tales como la estructura o el tipo de suelo, sus
características, el drenaje de agua que tenga el terreno o su orientación
y altitud. Cuando abrimos un vino, sus aromas, sus colores, sus sabores…
nos transportan a un lugar concreto, con una tierra y un clima particular que
lo hacen especial. Es ese viaje de sensaciones lo que influye en nuestros
sentidos.
Los
vinos nos recuerdan a cosas, a momentos que hemos vivido y a momentos que
guardamos pero que no estamos permanentemente recordando y afloran cuando lo bebemos.
Son esas sensaciones que hemos grabado en nuestro cerebro y de repente vuelven a surgir. Un vino es magia
para nuestros sentidos.
En
Altos del Enebro buscamos que nuestra forma de trabajar el viñedo haga surgir
esa magia con cada botella descorchada. Nuestros vinos son la interpretación
verdadera de cada terruño, de aquello que aporta la naturaleza y de nuestra propia
interpretación.